La Capilla Sixtina es el lugar donde se celebra el cónclave.
El término cónclave procede del latín “cum clavis", por las condiciones de reclusión y máximo aislamiento del mundo exterior en que debe desarrollarse la elección, con el fin de evitar intromisiones de cualquier tipo.
Este sistema de encerrar a los electores del Papa, vigente al menos desde el II Concilio de Lyon (1274), fue mitigado por Juan Pablo II en la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis (UDG), sobre la Vacante Apostólica y la elección del nuevo Pontífice (22 de febrero de 1996).
Se establece en ella que los electores pueden residir, mientras dura el cónclave, en la recién construida Casa de Santa Marta, una residencia al efecto en el propio Vaticano, pero manteniendo la rigurosa prohibición de cualquier clase de contacto con el mundo exterior.
Desde hace siglos, los cónclaves tienen lugar en la Capilla Sixtina, dentro del complejo del Vaticano.
Es célebre el caso de la ciudad de Viterbo donde, tras la muerte del papa Clemente IV (1268) hubo que encerrar a los cardenales en el palacio episcopal. Después de casi tres años de Sede Vacante sin que se llegase a ningún acuerdo sobre el nuevo Pontífice, los desesperados habitantes decidieron no suministrar alimento alguno a los electores, excepto pan y agua. Los cardenales debieron captar la indirecta, porque se apresuraron a elegir a Gregorio X.
Este mismo Papa, quizá por la experiencia vivida en su elección, aprobó normas que –mediante la presión de las incomodidades materiales- buscaban reducir al mínimo las demoras en el cónclave. A partir de entonces los cardenales debían quedar siempre recluidos en un recinto cerrado; no se les permitían las habitaciones individuales, ni disponer de más de un sirviente que les atendiera, salvo caso de enfermedad; la comida se les debía suministrar por un ventanuco y, a partir del tercer día de cónclave, el suministro quedaba reducido a una sola comida al día.
A los cinco días el régimen se reducía a pan y agua.
Además, mientras durase el cónclave los cardenales dejaban de percibir sus rentas eclesiásticas. Adriano V abolió estas normas en 1276, pero Celestino V las reintrodujo en 1294, después de que su propia elección se produjese tras un periodo de sede vacante de dos años.
Gregorio XV publicó dos bulas pontificias (1621 y 1622) que regulaban todos los aspectos de la celebración del cónclave. En 1904 San Pío X recogió y unificó casi todas las dispersas normas de los papas anteriores a él en una Constitución, introduciendo ciertos cambios.
Pío XII añadió nuevos aportes en 1945, Juan XXIII lo hizo en 1962 y Pablo VI en 1975.
La reciente Universi Dominici Gregis de Juan Pablo II (1996) es la última reordenación en profundidad de la normativa sobre el cónclave.
El Colegio de Cardenales ha conocido dimensiones diversas, desde los siete miembros con que llegó a contar en el siglo XIII hasta los 183 del presente.
En el siglo XX, sobre todo a partir de Juan XXIII, el Colegio de Cardenales incrementó su número con el fin de dotarlo de la máxima representatividad geográfica y nacional posible.
En 1970 Pablo VI reservó la condición de elector a los menores de 80 años y fijó su número máximo en 120. Juan Pablo II elevó el número de electores teóricos a 135.
En octubre de 2010, tras los nombramientos efectuados por Benedicto XVI de cardenales, habría 121 que reúnen la condición de electores por no haber cumplido aún la edad límite.
De acuerdo con la práctica tradicional de la Iglesia, cualquier bautizado varón podría ser elegido Papa. En 1179 el III Concilio de Letrán abolió las restricciones que se habían ido introduciendo desde el siglo VIII en el sentido de limitar la condición de candidato, primero a los clérigos en general, y posteriormente sólo a los cardenales aunque, en la práctica, el último Papa que no era cardenal en el momento de su elección fue Urbano VI (1378).
No existe ningún requisito referente a la nacionalidad, aunque la tradición de siglos impuso la costumbre de elegir papas italianos.
El polaco Juan Pablo II fue el primero no italiano desde Adriano VI, holandés, elegido en 1522.
La elección de Benedicto XVI, 19 de abril de 2005, parece abolir la tradición en favor de los italianos.
Hasta hoy ningún americano ha sido consagrado papa, aunque en el cónclave de 2005 el argentino Jorge Bergoglio estuvo cerca de hacerlo, obteniendo 40 votos de los 77 que era necesario obtener.
Procedimiento electoral
Los cardenales tienen estrictamente prohibido presentar su candidatura o hacer propaganda de sí mismos. Se permite, por otra parte, el intercambio de opiniones y buscar apoyos para terceros.
Tradicionalmente, la elección del nuevo Papa podía realizarse de tres modos: por “aclamación”, por “compromiso” y por “escrutinio”.
En caso de aclamación, los cardenales escogían al candidato de forma unánime “como inspirados por el Espíritu Santo”.
El “compromiso” era un expediente para salir de situaciones de bloqueo, en las que de forma reiterada se hacía imposible que un candidato alcanzase los votos suficientes. Se escogía entonces una comisión reducida de cardenales que procediese por sí misma a la elección.
El “escrutinio” es la forma habitual, por medio de voto secreto.
La última elección por compromiso fue la de Juan XXII en 1316, y por aclamación, la de Gregorio XV en 1621.
Las nuevas reglas introducidas por Juan Pablo II en la UDG declaran abolidos los procedimientos de aclamación y compromiso, por lo que la elección deberá ser exclusivamente por escrutinio.
Hasta 1179 bastó con la mayoría simple en la elección.
Ese año, el Concilio Laterano III incrementó hasta los dos tercios la mayoría requerida.
A los cardenales no se les permitía votarse a sí mismos. Se estableció un sofisticado procedimiento para asegurar el secreto del voto, al tiempo que se impidiera que los cardenales se votasen a ellos mismos.
Pío XII (1945) eliminó este sistema, pero incrementó la mayoría a dos tercios más uno de los votos. En 1996 Juan Pablo II restauró la mayoría de dos tercios, pero no la prohibición del auto-voto.
La constitución UDG establece también que pasadas 34 o 33 votaciones fallidas (según se haya realizado la primera votación el día de la inauguración del cónclave o el siguiente), los electores podrán decidir, por mayoría absoluta, si cambian las normas electorales, pero siempre conservando como requisito el de exigirse al menos la mayoría absoluta en la elección.
En una decisión poco destacada en el 2007, Benedicto XVI cambió las reglas del cónclave de 1996 emitidas por Juan Pablo II para imponer nuevamente la mayoría tradicional de dos tercios necesaria para elegir a un Papa, medida tomada para evitar un pontificado en disputa.
Durante la Sede Vacante, los Cardenales desarrollan sus funciones mediante dos tipos de comisiones, llamadas “Congregaciones”: la Particular y la General.
Integran la Congregación Particular el Cardenal Camarlengo y otros tres cardenales “asistentes” (uno por el orden de los Obispos, otro por el de los Presbíteros y otro por el de los Diáconos) elegidos por sorteo entre los electores (es decir, los que no han cumplido los 80 años) llegados ya a Roma.
Cada tres días se procede a un nuevo sorteo para renovar a los cardenales asistentes. La Congregación Particular se ocupa de los asuntos ordinarios de menor entidad que se vayan presentando durante la Sede Vacante.
Lo que una Congregación Particular haya decidido, resuelto o denegado no lo pueden revocar las que se constituyan los días siguientes.
La Congregación Particular cesa en sus funciones en el mismo momento en que se elige un nuevo Papa.
La Congregación General está compuesta por la totalidad del Colegio Cardenalicio y está en funciones hasta el momento de iniciarse el Cónclave. Los Cardenales Electores tienen obligación de incorporarse a la Congregación General tan pronto como les sea posible, una vez conocido el fallecimiento del Papa. En cambio, a los no electores se les permite abstenerse de participar si así lo desean.
La Congregación General se ocupa de los asuntos más importantes que se vayan presentando y tiene también competencia para revocar las disposiciones de una Congregación Particular. Sus encuentros se celebran a diario y los preside el Cardenal Decano. Una vez iniciado el Cónclave, es también el Decano quien preside la asamblea hasta que salga elegido un nuevo Papa. Las decisiones se toman por mayoría, siempre mediante voto secreto.
Las normas de la UDG sobre la celebración del Cónclave amplían por primera vez el ámbito en que transcurrirá la vida de los Cardenales mientras dure la elección del nuevo Papa. El proceso electoral mismo se mantiene, como es tradición, dentro de los límites de la Capilla Sixtina, pero se incorporan tanto la Casa de Santa Marta, residencia vaticana de reciente creación, como las capillas para las celebraciones litúrgicas, las áreas por donde deban desplazarse los cardenales para ir de un punto a otro, e incluso los mismos jardines vaticanos, donde pueden pasear y descansar.
Sin embargo, se mantiene en pie la prohibición de todo contacto con el mundo exterior (televisión, prensa, radio, teléfono, correspondencia, Internet…), y nadie no autorizado puede acercarse a los cardenales o hablar con ellos mientras dura el Cónclave.
En el de 2005 se procedió, incluso, a efectuar un barrido electrónico para detectar cualquier posible mecanismo transmisor o receptor camuflado en el ámbito de la clausura, y se colocó un aparato que restringía las señales de radio dentro de la Capilla Sixtina y lugares las áreas próximas a ella.
La Universi Dominici Gregis aclara los motivos de esta reclusión cardenalicia: salvaguardar a los electores de la indiscreción ajena y de los intentos de afectar a su independencia de juicio y libertad de decisión, así como garantizar el recogimiento que exige un acto tan vital para la Iglesia entera.
El día señalado por la Congregación General de Cardenales (entre 15 y 20 tras el fallecimiento del Pontífice), tiene lugar por la mañana una solemne misa votiva “Pro eligendo pontificem” (para la elección del Pontífice), normalmente presidida por el Cardenal Decano, en la que se pide a Dios que ilumine las mentes de los electores.
Ya por la tarde, los cardenales, reunidos en la Capilla Paulina, se encaminan en procesión solemne a la Capilla Sixtina –debido a unas obras en curso, el Cónclave de 2005 partió de la Capilla de las Bendiciones– cantando las letanías de los Santos de Oriente y Occidente. Una vez llegados a la Capilla Sixtina, los electores entonan a coro el “Veni Creator”, oración con la que se invoca al Espíritu Santo, y proceden a prestar juramento solemne de guardar las normas que rigen el Cónclave, cumplir fielmente el ministerio petrino en caso de ser elegidos, y mantener el secreto de todo cuanto se refiera a la elección del nuevo Pontífice.
Una vez prestado el juramento, leído conjuntamente y ratificado de forma individual ante los Evangelios, el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias da la solemne orden de “Extra omnes!” (¡Fuera todos!), indicando que todos aquellos ajenos al Cónclave deben salir del recinto. Sólo permanecen él mismo y el eclesiástico encargado de predicar a los Cardenales la segunda de las meditaciones sobre los problemas de la Iglesia contemporánea. Terminada ésta, tanto el predicador como el Maestro de las Celebraciones deben salir también. Las puertas quedarán cerradas y con Guardias Suizos protegiéndolas.
A partir de ese momento se puede proceder a la primera votación (única del día) o aplazarla hasta el día siguiente.
El proceso de votación en el cónclave se divide en tres partes: pre-escrutinio, escrutinio propiamente dicho y post-escrutinio.
Comienza la fase de pre-escrutinio cuando, antes de cada sesión de votaciones (diariamente hay dos sesiones, una por la mañana y otra por la tarde, con dos votaciones en cada una, salvo resultado positivo en la primera), el último Cardenal Diácono extrae por sorteo público los nombres de tres Escrutadores, tres Enfermeros y tres Revisores. Se distribuyen entonces a los Electores dos papeletas de forma rectangular, que llevan impresa la frase: “Eligo in Summum Pontificem” (“Elijo como Sumo Pontífice”), y debajo un espacio en blanco para el nombre del elegido. Los Cardenales deben escribirlo con letra clara, pero lo más anónima posible. Si se escribe más de un nombre el voto es declarado nulo.
La fase de escrutinio propio se inicia cuando cada Cardenal, por orden de precedencia, habiendo doblado dos veces su papeleta de voto, la lleva en alto hasta el altar, delante del cual están los Escrutadores y sobre el que se ha colocado una urna cubierta con un plato para recoger los votos. Una vez allí, el Cardenal votante pronuncia en voz alta el juramento: “Pongo por testigo a Cristo Señor, el cual me juzgará, que doy mi voto a quien, en presencia de Dios, creo que debe ser elegido”. Deposita entonces la papeleta en el plato y con éste la introduce en la urna. Se inclina luego ante el altar y regresa a su sitio. Si un Cardenal –enfermo o anciano– no puede acercarse hasta el altar, un Escrutador se acerca a él, recoge su juramento y su voto y se encarga de depositar la papeleta en la urna. Si su enfermedad le obliga a permanecer en la Casa de Santa Marta, son entonces los Enfermeros los que acuden a recoger su voto siguiendo un procedimiento similar al descrito.
El post-escrutinio lo llevan a cabo los tres Cardenales Escrutadores, elegidos al azar, contabilizando delante de todos los Electores los votos recogidos. Si el número de votos es distinto del de votantes, se queman las papeletas y se repite la votación. Los nombres de los votantes se van anotando en una relación, mientras que los votos contabilizados se van cosiendo con aguja e hilo para mantenerlos unidos. A continuación, los tres Revisores supervisan las notas de los Escrutadores y revisan los votos, para asegurarse de que aquéllos han cumplido correctamente su cometido.
Si ninguno de los candidatos obtiene la mayoría de dos tercios, concluida cada sesión (dos votaciones) se queman en una estufa las papeletas de los votos junto con las notas de los Escrutadores. Se agregan sustancias químicas al fuego para que el humo sea negro e indique una elección sin éxito.
La UDG establece que todo resultado debe ser registrado en un acta, que se archiva en el Vaticano y no puede abrirla nadie, hasta pasados 50 años desde que se elaboró el acta.
El cónclave dura todo el tiempo que sea necesario.
Sin embargo, hay establecidos periodos de descanso y coloquio si no se alcanza acuerdo (día 5º, tarde del 7º, tarde del 9º), con una exhortación del Cardenal Decano.
En ningún caso se contempla la abstención de los Electores.
Conseguida la mayoría necesaria en cualquier votación, el candidato elegido debe expresar de inmediato su aceptación o no del ministerio.
En caso de que el elegido no sea uno de los Cardenales presentes o, incluso, que no resida en la ciudad de Roma, se avisa al Sustituto de la Secretaría de Estado, quien se encargará de que el escogido como nuevo Papa llegue al Vaticano lo antes posible, evitando absolutamente que se enteren los medios de comunicación.
Una vez llegado al cónclave, el Cardenal Decano convocará al resto de los electores a la Capilla Sixtina para proceder al mismo ritual de aceptación.
Si el elegido acepta y no es obispo, el Cardenal Decano le ordenará de inmediato como tal.
A partir del momento de la aceptación –y ordenación en su caso– el elegido pasa a ser Obispo de Roma, Papa y Cabeza del Colegio Episcopal. En ese mismo momento adquiere la plena y suprema potestad sobre la Iglesia universal.
Una de las tradiciones más pintorescas y conocidas a nivel mundial en relación con el cónclave es la de la “fumata”, un sistema secular de comunicar al pueblo la marcha de un proceso electoral que transcurre bajo estricto enclaustramiento.
Tras cada sesión de escrutinio (dos votaciones) las papeletas de voto y las notas de los Escrutadores se queman en una estufa preparada al efecto. El humo sale entonces por una chimenea sobre el tejado de la Capilla Sixtina. Cuando el resultado de las votaciones ha sido negativo, los papeles se queman junto con paja húmeda, lo que produce un humo negro. Si de la elección ha salido elegido un candidato, y éste ha aceptado la responsabilidad, los papeles se queman usando paja seca, lo que da lugar a un humo de color blanco. Es la señal que anuncia al mundo la elección de un nuevo Papa.
En los tres últimos cónclaves (dos en 1978 y otro en 2005), sin embargo, y para desesperación de los periodistas, el sistema no parece haber funcionado correctamente y el humo que debía ser blanco se ha visto gris. En la última de estas ocasiones se incorporó una estufa auxiliar con el propósito de quemar productos químicos que tiñeran claramente el humo de uno u otro color, aunque tampoco tuvo demasiado éxito. Hecho magistralmente retratado en Habemus Papam!
Tras haber aceptado su elección, el ya nuevo Papa es conducido por el Camarlengo y el Maestro de las Celebraciones Pontificias a la sacristía de la Capilla Sixtina, llamada comúnmente “Sala de las lágrimas”, ya que parece que todos los elegidos, sin excepción, lloran allí en relativa intimidad ante la magnitud de la responsabilidad que acaban de asumir.
En la sala se encuentran tres maniquíes con sotanas blancas de diversos tamaños: grande, mediana y pequeña, que la sastrería romana Gammarelli se encarga de confeccionar desde el siglo XVIII.
Pocos instantes después el nuevo Papa, precedido por la cruz procesional y por los primeros de los Cardenales entre los órdenes de los Obispos, Presbíteros y Diáconos, sale al balcón y desde allí saluda al pueblo con las primeras palabras de su pontificado. A continuación imparte la bendición apostólica “Urbi et Orbi” (“para la ciudad y para el mundo”), que en adelante sólo dará de ordinario en Navidad y Pascua.
Aunque desde el mismo momento de su aceptación -y consagración episcopal, de ser precisa- el elegido es ya verdadero Papa, el Pontificado se inaugura de modo oficial con una misa solemne que se celebra a los pocos días de concluido el cónclave, normalmente en la explanada de la Basílica de San Pedro.
En esa celebración, el nuevo Papa es investido de sus nuevos símbolos: su Palio, y su anillo del Pescador.
El escudo de armas
Es tradición que cada Papa tenga su escudo de armas. Cada escudo de armas es personal y lo diseña cada Pontífice a su gusto. Sin embargo, siempre aparecen las Llaves del Cielo entregadas a San Pedro y la Tiara Papal (aunque Benedicto XVI ha colocado una mitra con tres bandas en lugar de la tiara en el suyo).
El escudo de armas es mostrado al mundo por el periódico Vaticano L'Ossevatore Romano, que lo publica. También debe dibujarse para ser archivado en la Biblioteca Vaticana.
De ahí en más, el Papa sellará sus cartas apostólicas, encíclicas y escritos con la matriz de su escudo y también éste será bordado en sus sotanas y grabado en los anillos de los Cardenales.