1. Los Obispos argentinos volvemos una vez más sobre este tema por la gravedad creciente que significa. “La plaga del narcotráfico, que favorece y siembra dolor y muerte, requiere un acto de valor de toda la sociedad.” 1 Con estas enérgicas palabras el Papa Francisco llamaba al compromiso social.
2. Nosotros, como pastores del Pueblo de Dios que peregrina en la Argentina, adherimos con firmeza al contundente mensaje del Santo Padre, y nos sentimos cercanos a quienes más sufren a causa del crimen organizado. En efecto, convencidos de la gravedad del momento que enfrenta nuestra Patria en este tema, queremos alertar a toda la sociedad acerca de la necesidad de una conversión urgente. La problemática es muy amplia. Hoy queremos centrar nuestra reflexión en lo referente al narcotráfico.
3. La complejidad del problema nos lleva a entender que dicha transformación no puede ser comprendida de modo unilateral. Cualquier respuesta lineal resulta tan ineficiente como inútil.
San Juan Pablo II sostenía que “La toxicomanía tiene que considerarse como el síntoma de un malestar existencial, de una dificultad para encontrar su lugar en la sociedad, de un miedo al futuro y de una fuga hacia una vida ilusoria y ficticia. (...) El incremento del mercado y del consumo de drogas demuestra que vivimos en un mundo sin esperanza, carente de propuestas humanas y espirituales vigorosas.” 2
4. Cuando hablamos de narcotráfico nos referimos a un negocio de dimensiones mundiales, que extiende sus redes en los Estados, las empresas y en múltiples sectores de la sociedad. La globalización ha favorecido la acción de grupos supranacionales más allá de los intereses de las naciones. El Estado debe oponer una fuerza organizada para neutralizar los enormes daños que causa el flagelo que nos ocupa. En este contexto el narcotráfico y otras mafias han crecido enormemente en los últimos años. Lamentablemente ya se encuentra arraigado en nuestro país; su presencia y difusión es incomprensible sin la complicidad del poder en sus diversas formas. Es doloroso constatar que, además, las drogas, signos de muerte, se producen en la Argentina. El crimen organizado se enriquece también de otras formas de esclavitud, tales como la trata de personas, el tráfico de armas, el tráfico y venta de órganos, el trabajo infantil, entre otros. No se nos escapa el vínculo de esta situación con la violencia o inseguridad social y la agresividad irracional en los asaltos y otros tipos de delitos. Francisco hace un firme pedido de conversión y desea que “La misma llamada llegue también a todas las personas promotoras o cómplices de corrupción. Esta llaga putrefacta de la sociedad es un grave pecado que grita hacia el cielo pues mina desde sus fundamentos la vida personal y social” (…) “Si no se la combate abiertamente tarde o temprano busca cómplices y destruye la existencia”.3
5. La cultura global del consumismo genera deseos insatisfechos e impone en nuestros países un mercado con una escala inadecuada de valores. Transmite constantemente la idea falsa de que sin determinados bienes no se puede ser feliz.
La plenitud del ser aparece identificada con el tener. Esta propuesta es la lógica avasalladora del consumismo que, como el agua, penetra todos los rincones de la sociedad. ¡Cuántos chicos perdieron la vida por seguir la seductora voz del consumo como a su propia ley! ¡Cómo se globaliza la indiferencia cuando nos acomodamos en la búsqueda del confort personal! Por todo el país a nivel capilar las comunidades dan cuenta de que el tendal de enfermos que produce la droga es cada vez mayor.
6. Esta globalización de la indiferencia, que genera una cultura individualista centrada en el consumo es la que da el marco propicio para la expansión de las redes del narcotráfico.
No se puede comprender este fenómeno al margen de la actual cultura global. El narcotráfico está en el espíritu del capitalismo más salvaje y de la idolatría del dinero: es inseparable de ellos. Y sabemos que “el amor al dinero está en la raíz de todos los males”. (I Tim 6,10). Como nos enseña Francisco “No llevamos el dinero con nosotros al más allá. El dinero no nos da la verdadera felicidad. La violencia usada para amasar fortunas que escurren sangre no convierte a nadie en poderoso ni inmortal. Para todos tarde o temprano llega el juicio de Dios al cual ninguno puede escapar”4
En esta cadena delictiva se encuentra el “narcomenudeo”. Es creciente la cantidad de gente que produce en su casa el “paco” u otros preparados perniciosos y luego lo comercializan sin escrúpulo, llegando al atropello de mandar a los propios hijos o nietos a vender drogas. Esta realidad atenta contra el quinto mandamiento “¡No matarás!”. No obstante hay una gran distancia entre el grado de responsabilidad del narcotraficante y el del chico pobre que es utilizado finalmente para hacer llegar la droga. Debemos cuidar que sobre estos últimos no se descargue la fuerza del castigo.
7. La guerra contra las drogas -insistimos- está perdida para quien no se opone a la instalación de este sistema. Hoy nadie puede dudar que es necesario poner radares y disponer de las mejores fuerzas de seguridad posibles. Pero la respuesta verdaderamente adecuada consiste en una profunda transformación cultural.
Con dolor vemos que las reservas morales de nuestro pueblo se ven gravemente amenazadas por el narcotráfico, que desintegra el tejido social. En las zonas periféricas, en algunos barrios y villas, el vendedor de droga se ha convertido en un referente social; se crea allí un espacio independiente ajeno a la auténtica cultura. Se banaliza la deshumanización. Cuando una persona, vencida ya sea por necesidad, o algo aun peor, por ambición, se involucra en el narcomenudeo incrementa sus ganancias y comienza a poseer determinados bienes a los que antes no accedía.
¿Cómo educar a los chicos y a las chicas en la cultura del esfuerzo, del trabajo, en la importancia del estado de derecho? El narcotráfico consagra el triunfo de quien con poco esfuerzo consigue mucho y está al margen de la ley, generando un nuevo escenario de supuesto progreso social. Esto desalienta las esperanzas de aquellos que se esfuerzan y anhelan logros, fruto de su trabajo digno. La falta de ejemplaridad es una debilidad moral y cultural en la vida de la sociedad.
8. El narcotráfico está en contradicción con la naturaleza del Estado. Si el primero busca el beneficio de algunos pocos, el segundo debe velar por la justicia para todos. Instalando su propia ley, el narcotráfico va carcomiendo el estado de derecho. Progresivamente los conflictos van abandonando la legislación y los tribunales, para resolverse con la ley de la fuerza y la violencia.
9. Reconociendo el problema del narcotráfico como un drama nacional, como pastores de la Iglesia en la Argentina asumimos nuestra responsabilidad y queremos profundizar nuestro compromiso.
En diversos lugares del país se vive en una gran indefensión institucional, que reclama la responsabilidad de quienes gobiernan y de todos los legisladores y miembros del poder judicial: se necesitan Políticas de Estado que sean adecuadas y explícitas, concretas y firmes, para eliminar el narcotráfico y el narcomenudeo.
Queremos hacer llegar una palabra de aliento a aquellos jueces que incluso arriesgando sus vidas y las de sus familias encaran seriamente su misión respecto de este tema. Necesitamos reforzar el papel de una justicia independiente y su coordinación con las fuerzas públicas profesionalizadas en esta lucha.
10. En esta tarea convocamos a todo el Pueblo de Dios y tanta gente de buena voluntad: comprometámonos con pasión en el cuidado y acompañamiento de aquellas personas que sufren directa o indirectamente a causa del consumo de drogas. La Iglesia quiere estar cerca de las familias heridas por la adicción de algunos de sus miembros; cuenten con nuestra oración y cercanía. Tenemos la certeza que la amistad social, la confianza y el perdón son actitudes que restauran el tejido social y nos acercan al corazón de Jesús.
11. A pocos días de comenzar el Año Jubilar de la Misericordia, unidos al Papa queremos hacer un firme llamado a la conversión. Nos dirigimos especialmente a quienes son parte de grupos criminales, a quienes miran con indiferencia el drama de los hermanos, y a quienes colaboran por omisión o comisión en la expansión de este flagelo. “Este es el tiempo para dejarse tocar el corazón. Ante el mal cometido, incluso crímenes graves, es el momento de escuchar el llanto de todas las personas inocentes depredadas de los bienes, la dignidad, los afectos, la vida misma”.5
1 Discurso del Papa Francisco en el Hospital San Francisco de la Providencia. Río de Janeiro, 24/07/2013
2 Discurso de San Juan Pablo II a un congreso sobre el fenómeno de la droga organizado por el consejo pontificio para la pastoral de los agentes sanitarios. 11/10/1997.
3 Bula de convocación del Jubileo extraordinario de la Misericordia “Misericordiae Vultus” del Papa Francisco, 11/04/15
4 Idem.
5 Idem.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario