La fuente del mismo es Clarín y este es el link:
http://blogs.clarin.com/cronoscopio/2009/3/15/ariel-ramirez-raiz-argentinidad/
No obstante también lo transcribo a continuación
ARIEL RAMIREZ (1921 – 2010)
LA ARGENTINIDAD NO SERIA LA MISMA SIN LA IMPRONTA MUSICAL DEL MAESTRO ARIEL RAMIREZ.-
ARIEL RAMIREZ – “Y AHI ESTABAMOS TODOS LOS QUE DESPUES FUIMOS”
En solo tres palabras resumimos una de las obras más hermosas de Ariel Ramírez, “La misa criolla”, el punto exacto donde converge el folklore argentino con la expresión religiosa cristiana más pura. Solo este disco lleva vendido más de 10 millones de copias en todo el mundo. Varios años le consumió el milagro de su creación sin imaginar la verdadera dimensión de la obra. Más de 60 años dedicados a nuestro folklore con obras como “Cantata Sudamericana”,”Mujeres argentinas”, “Navidad nuestra”,” Coronación del folklore”, “Los caudillo” son algunos de sus éxitos. Verdaderos hitos que traspasan nuestra frontera hasta hacerlas universales como la frase de Gloria “En la tierra, paz a los hombres”…
“…Cuando llegué a Buenos Aires en 1943 desde Santa Fe, mi provincia natal, lo hice invitado por don Atahualpa Yupanqui, quien había armado junto a Carcavallo dueño del Teatro Alvear en ese momento, un elenco de provincianos de todo el país. Quienes debutamos en ese escenario con la esperanza de llegar a tener un nombre reconocido de dentro de la música folklórica, nos encontramos con un público errante. Aunque era de entrada gratuita, un día estaba lleno y al otro no venía nadie. Una decepción que obligó a Carcavallo a decirnos que lamentablemente tenía que levantar a temporada de 5 o 6 meses por falta de público. Y ahí estábamos todos los que después fuimos. Sin embargo el tiempo lento, muy lento fue haciendo brillar primero el nombre de dos salteños. Uno era el conjunto de Los Chalchaleros, el otro Eduardo Falú. A partir del año 50 o 51 esto se revertió totalmente y el país se enteró que había una música que se llamaba zamba, chacarera, carnavalito y tantas otras que fue difundiendo posteriormente. Hoy esa música está en el mundo y tiene la misma fuerza que tenía en la década del ‘50, ’60 o ’70. Después tuvo problemas de tipo político que la descuartizaron…”
-La música como el agua horada la tierra…
-Muy buena la comparación. En este momento estamos en un resurgimiento total de nuestra música. Debemos apoyarla sin olvidarnos del tango que nos representa en el mundo con un sello muy particular.
El año pasado estuve en Japón y me quedé asombrado como ese público con una cultura tan diferente a la nuestra, cuando yo tocaba zambas, chacareras junto a mis músicos y cantores, ellos con un mal español también las cantaban y las aplaudían de pie. No, nuestra música no ha muerto, está en el mundo más viva que nunca.
-¿Le cuesta a usted encontrar como músico letras con el suficiente fundamento para que las acompañen enlazadas en el mismo camino?
-Bueno, siempre en mis composiciones me he limitado a dos poetas, a lo mejor tres no más. Uno es Félix Luna, con quien nos conocemos desde la juventud y el otro Miguel Brascó comprovinciano que ha escrito todo lo que compuse en el Litoral, pero la música tiene que variar según donde sea interpretada. A mis canciones las cantan diferente en todas las provincias porque el ritmo es diferente. Santiago del Estero al igual que Salta conservan la fuerza de nuestro folklore de hace cincuenta años. Estos últimos años han aparecido conjuntos sensacionales que además llenan estadios, plazas, todo. No cantarán de la manera que uno quisiera pero no tengo derecho a negarme que eso es nuestro hasta el corazón, porque te tocan hasta el alma. Hay quienes no les pueden gustar pero nosotros sufrimos lo mismo. Sin embargo cuando componía… ¡lo más importante era que me gustara a mí!
-Hablemos de sus comienzos
-Yo nací en Santa Fe, donde me crié y estudié hasta recibirme de maestro. Casi una obligación en mi familia. Mi padre y todos sus hermanos lo fueron. –“Primero maestro después hacé de tu vida lo que quieras”- decía papá. Entonces ejercí como docente de la escuela Normal de Santa Fe a los 18 años. Estudié piano desde los 16 años, para luego entrar en el conservatorio nacional. Pero amaba la música de mi tierra, al asistir a un concierto dado por el pianista y musicólogo Arturo Shianca, decidí familiarizarme con los cantores populares. Me radiqué en Córdoba donde conocí a un hombre que me ayudó con un pasaje de segunda clase para irme a Jujuy y me dio $10 para comer durante 5 días. Allí es donde inicié mi verdadera carrera. Ese hombre se llamó Atahualpa Yupanqui. Cuando escuchó mi música no dudó en aconsejarme-“Usted tiene que ir al norte para aprender lo que es un carnavalito o una zamba”- Y tenía razón, allí aprendí de esos ritmos todo lo que no se puede aprender leyendo una música mal escrita, porque yo tocaba todos los chamamés o la música pampeana, pero gracias don Ata que me ayudó de esa manera, con apenas 20 años me fui a vivir a la casa del doctor Justiniano Torres Aparicio, quien amaba la música nuestra. Después me mudé a Tucumán, Santiago del Estero, Salta, La Rioja, Catamarca, Mendoza, siempre ayudado por distintas familias. Después vine a Buenos Aires y de aquí al mundo. Con la suerte que nuestra música es reconocida en todos los países. Porque hay gente a la que le debemos eso como Eduardo Falú, Los Chalchas, Atahualpa Yupanqui, Los fronterizos…
-Como conoce a ¿Eduardo Falú?
-Fíjate que cuando llegué por primera vez a Buenos Aires me recomendaron un hotelito, el más barato de plaza Cerrito 34- todavía no existía la Avenida 9 de Julio- La habitación que me dieron n o tenía ventanas y de puerta una cortina que subías y bajabas a discreción. Al lado un tipo que tocaba la guitarra y no me dejaba dormir. Yo me acostaba a las 5 de la mañana y este tipo ya estaba ensayando. Bueno ese era Eduardo Falú, ahí nos conocimos y hoy somos casi hermanos ya. El ya era pelado y yo era flaco (risas). Así nació una amistad que dura hasta hoy.
- Cientos de canciones hace difícil la elección de una para contar su trasfondo.
-Yo diría que es imposible elegir, me gustan todas, pero les contaré de una.
Tengo una zamba que ya está en el mundo, se llama “Alfonsina y el mar” está dedicada a la escritora Alfonsina Storni, porque ella tuvo un maestro en su infancia que se llamó Zenón Ramírez, era mi padre Cuando ella murió fue el quien me contó su vida y todo su sufrimiento. Lo cierto es que cuando estaba componiendo Mujeres Argentinas se cumplía un nuevo aniversario de su muerte. Entonces Félix Luna me dijo-“No podés dejar de escribir sobre Alfonsina”. Y me trajo sus poemas. Muchos que ya conocía por mi padre. Me llevó a ver los diarios del día de su muerte, cuando recogieron su cadáver y lo metieron en un tren que llegó a Constitución. Cuentan los diarios del ’38 que hubo más de 2000 personas en la estación para recibir sus restos. La poetisa, la gran mujer y la directora de enseñanza de niños. A ella que se crió en Coronda con su padre y se educó con el mío, la esperaba un público de niños de 10 a 12 años, 15, 20, quienes habían dejado de serlo pero habían sido alumnos de ella. Ese acto de amor me conmovió profundamente. Si bien yo no la conocí personalmente, mi padre me había trasmitido mucho de su infancia. Entonces me resultó muy fácil escribir sobre ella. Primero yo hago la música y Luna escribió la letra. Hoy es una de las canciones más famosas en el mundo. No hay país que no la cante, En Israel, Grecia, Holanda, traducida a muchísimos idiomas.
Un piano…un hombre…un destino.
LA MISA CRIOLLA – HISTORIA DE UNA COMPOSICION UNIVERSAL
En Roma había conocido al Padre Antuña, estudioso prelado de Argentina, quien me presentó al Padre Wenceslao van Lun, un holandés con quien nos entendíamos en un italiano básico pero eficaz, y al mismo tiempo bastante divertido. Van Lun me llevó a Holanda y desde allí me recomendó a un convento en Würzburg, una pequeña y hermosa localidad a unos 100 km. de Franckfurt. Todos los seminaristas hablaban alemán, salvo dos monjitas que estaban a cargo de la cocina y a quienes el Padre van Lun me presentó para ayudar a comunicarme, pues suponía que entendían español.
La realidad era que las hermanas Elizabeth y Regina Brückner habían vivido en Portugal, y algo de español entendían, lo cual fue para mí una salvación en todo sentido: por fin podía dialogar y, por añadidura, desde ese día, empecé a comer con ellas, directamente en la mesa de trabajo de la cocina.
Frecuentemente, desde la ventana de la cocina, contemplaba el magnífico paisaje semiboscoso, gloriosamente verde, con una enorme casona que a lo lejos se dibujaba de blanco con las últimas nieves de la primavera. Tanta belleza me producía sentimientos exultantes y, desde mis jóvenes años, me parecía estar un paso más arriba de la tierra.
Ellas no compartían mi entusiasmo. No podían olvidar que esa casona y las tierras más distantes habían sido parte de un campo de concentración donde hubo alrededor de mil judíos prisioneros.
Desde la distancia, las monjitas me contaron, podían imaginar el horror y el miedo. Sólo en voz muy baja llegaban noticias acerca del frío y del hambre. Una estricta regla castigaba con la horca -sin más trámite- a cualquiera que ayudara o simplemente tomara contacto con aquellos que esperaban su trágico destino.
Pero Elizabeth y Regina habían elegido la misericordia y habían sido formadas para el valor, de modo que, noche tras noche, empaquetaban cuantos restos de comida podían y se acercaban sigilosamente al campo para dejar su ayuda en un hueco debajo del alambrado.
Durante ocho meses ese paquete desapareció cada día. Hasta que un día nadie retiró el paquete y tampoco los siguientes, que se fueron acumulando. La casa estaba vacía y los rumores esparcieron la noticia acerca del traslado de los prisioneros. El temido viaje se había iniciado una vez más.
Al finalizar el relato de mis queridas protectoras, sentí que tenía que escribir una obra, algo profundo, religioso, que honrara la vida, que involucrara a las personas más allá de sus creencias, de su raza, de su color u origen. Que se refiriera al hombre, a su dignidad, al valor, a la libertad, al respeto del hombre relacionado a Dios, como su Creador.
Un día de 1954, tal vez del mes de mayo, estando en Liverpool, no puede resistir la tentación de subir a un barco, el Highland Chefstein, que iba a Buenos Aires donde me esperaban mi hija Laura, de cinco años y mis viejos, que superaban los setenta. Me había convencido que en dos meses regresaría al lugar donde ya había decidido afincarme para siempre, pero el destino me reservaba otro rumbo. En aquel barco que atravesaba el Atlántico hacia el sur, empecé a rememorar el relato de las hermanitas Brückner y a pensar en toda la solidaridad humana, todo el amor que había recibido, de parte de gente extranjera con la que apenas podíamos comunicarnos por el desconocimiento mutuo de nuestras lenguas. Me conmovía pensar en que todo lo que recibí fue exclusivamente por amor a mi música y a mi persona, hasta que comprendí que sólo podía agradecerles escribiendo en su homenaje una obra religiosa, pero no sabía aún cómo realizarla.
Al regresar a Argentina, todo se transformó en mi vida, mi carrera había crecido y mis canciones comenzaron a ser muy populares, poco a poco comencé a ser Ariel Ramírez… con el tiempo Europa quedó muy lejos… pero mi pensamiento seguía centrado en la idea surgida en el Atlántico. En esta búsqueda comencé a reunir información, y es así que tiempo después me encontré con el Padre Antonio Osvaldo Catena (link a texto), amigo de la juventud en Santa Fe, mi ciudad natal, quien fue realmente el que transformó la base de lo que yo había escrito pensando en una canción religiosa, en una idea increíble: la posibilidad de componer una misa con ritmos y formas musicales de esta tierra. El padre Osvaldo Catena era en 1963 Presidente de la Comisión Episcopal para Sudamérica encargada de realizar la traducción del texto latino de la misa al español, según el Concilio Vaticano de 1963 que presidió SS Pablo VI. Cuando ya tenía terminados los bocetos y formas del ordinario de la misa el mismo Catena me presentó a quien realizaría los arreglos corales de la obra: el Padre Segade.
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