En definitiva, aprendemos de su enriquecedora visión, y como hay mas puntos de unión que de [una supuesta] discordia.
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El amor es una relación mutua entre Dios y los seres humanos y, realmente, es por esta relación que Él nos ha creado.
Nosotros correspondemos el amor que tiene Dios por nosotros, lo cual se manifiesta en Sus bondades infinitas sobre nosotros, al menos, amándolo.
Dice San Bernardo:
"¿No debería ser correspondido en Su amor, cuando pensamos quien amó, a quien Él amó, y cuanto Él amó?
Lo mismo de quien todo espíritu testifica: "Tú eres mi Señor; no hay para mí bien fuera de Ti." (Salmos, 16: 2)
¿Y no es Su amor, esa caridad maravillosa que "no busca lo suyo"? (1 Cor. 13: 5)
¿Pero para quién se hizo manifiesto ese amor impronunciable?
El apóstol nos dice: "Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo." (Rom. 5: 10)
Y fue Dios Quien nos amó, nos amó desinteresadamente, y nos amó mientras que éramos enemigos.
¿Y cuán grande fue Su amor? San Juan responde: "Dios amó tanto al mundo que dio a Su único Hijo, para que quien creyera en Él no pereciera y tuviera vida eterna." (Juan 3: 16).[1]
Chiara Lubich, la fundadora de los Focolares escribió respecto a su experiencia espiritual [y la de sus compañeros] lo siguiente:
"La dignidad a la cual Èl nos ha elevado nos parecía tan sublime, y la posibilidad de corresponder a su amor parecía tan elevada e inmerecida, que solíamos repetir: "No es que debamos decir: debemos amar a Dios, sino: "¡Oh, que podamos amarte, Señor... que podamos amarte con este pequeño corazón que tenemos."[2]
El amor por Dios no tiene límites.
Como dijo San Bernardo, "La cantidad de amor que se debe a Dios es un amor ilimitado."
La razón es que nuestro amor por Dios, quien es Infinito e Inmensurable, quien nos amó primero y sin ningún interés, no puede ser limitado.
Por supuesto, el amor humano por Dios tiene diferentes niveles.
Como pudimos ver al comienzo, en varios pasajes bíblicos Jesús pidió amar al Señor tu Dios "con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con toda tu fuerza." Éste es el objetivo del viaje místico.
El amor por Dios puede intensificarse hasta tal grado que ocupe todo el corazón del amante de manera que él ya no piense en sí mismo o en nada que no sea Dios.
En el Cristianismo, se cree que el amor por Dios es universal, es decir, practicado por todas las criaturas.
Mientras se refería a Dios, San Agustín señalaba el mismo hecho. Él decía: "¡Oh Dios, que eres Amado consciente o inconscientemente por todo lo que es capaz de amar".
Explicando el mismo punto, Graham argumenta que todas las criaturas, incluyendo los seres humanos, dependen de Dios para poder existir, y por lo tanto, se debe concebir que aman a Dios, extendiendo sus manos hacia Él en "callado reconocimiento de Su acto de la Creación."[3] Luego añade que hay otro sentido de amar a Dios, el cual es exclusivo para los seres humanos. Los seres humanos son capaces de amar a Dios explícita y conscientemente.
Este amor, obviamente, surge luego de un entendimiento proporcional de Dios.
Veremos que existen otros puntos de vistas que pertenecen a aquellos musulmanes místicos y filósofos que reconocen algo de conciencia de amor hacia Dios en todos los seres, por supuesto, precedido por el entendimiento proporcional de Dios.
Amar a Dios no nos exige abandonar otras cosas. Es verdad que la cercanía a Dios en un sentido demanda que nos apartemos de las criaturas, incluso hasta de nosotros mismos, pero esto es solamente para darnos cuenta de que nada puede igualarse a Dios, independiente de Su Misericordia.
Todo lo valioso vuelve a nosotros en Dios.
En otras palabras, "nada noble o de buena reputación tiene que ser abandonado finalmente por la causa de la caridad."[4]
En su libro Confesiones, San Agustín se pregunta:
"Pero ¿qué amo, cuando te amo?
No a la belleza de los cuerpos, no la armonía justa del tiempo, ni el brillo de la luz, tan gustoso a nuestros ojos, ni las dulces melodías de las diversas canciones, ni el fragante perfume de las flores, y los aromas, y las especias.
Ninguno de estos amo, cuando amo a mi Dios; y, sin embargo, amo una clase de luz, y melodía y fragancia, y carne, y abrazo, cuando amo a mi Dios, la luz, melodía, fragancia, carne, abrazo de mi hombre interior: donde allí brilló en mi alma, lo que el espacio no puede contener... Esto es lo que amo, cuando amo a mi Dios." (X, vi, 8)
[1] Bernard, 1937, capítulo 1.
[2] C. Lubich, May They all be One, p. 24. Citado en Cerini, 1992, p. 38.
[3] Graham, 1939, p.16.
[4] Graham, 1939, p.60.
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