domingo, 10 de agosto de 2008

Cuando la vida es zarandeada por las olas

Compartimos el comentario del franciscano Ranierol Canalamessa y agradecemos la colaboración de Laura Podskubka y de la Abuelita Tronguils.

Las lecturas corresponden al XIX domingo del Tiempo Ordinario del ciclo litúrgico A, vulgo domingo 10 de agosto de 2008, y son 1 Reyes 19, 9a.11-13a; Romanos 9, 1-5; Mateo14, 22-33.

Ranierol señala que los hechos del Evangelio no han sido escritos sólo para ser contados, sino también para ser revividos. A quien les escucha se le invita cada vez a entrar dentro de la página del Evangelio, a convertirse de espectador en actor, a ser parte en causa.

La Iglesia primitiva nos da el ejemplo. La manera en que se cuenta el episodio de la tempestad calmada muestra que la comunidad cristiana lo aplicó a su propia situación.
En aquella tarde, cuando había despedido a la multitud, Jesús había subido solo al monte para rezar; ahora, en el momento en el que Mateo escribe su Evangelio, Jesús se ha despedido de sus discípulos y ha ascendido al cielo, donde vive rezando e 'intercediendo' por los suyos.

En aquella tarde echó mar adentro la barca; ahora ha echado a la Iglesia en el gran mar del mundo. Entonces se había levantado un fuerte viento contrario; ahora la Iglesia vive sus primeras experiencias de persecución.

En esta nueva situación, ¿qué les decía a los cristianos el recuerdo de aquella noche?
Que Jesús no estaba lejos ni ausente, que siempre se podía contar con él.
Que también ahora daba órdenes a sus discípulos para que se le acercaran 'caminando sobre las aguas', es decir, avanzando entre las corrientes de este mundo, apoyándose sólo en la fe.

Es la misma invitación que hoy nos presenta: aplicar lo sucedido a nuestra vida personal.
¿Cuántas veces nuestra vida se parece a esa barca 'zarandeada por las olas a causa del viento contrario'?
La barca zarandeada puede ser el propio matrimonio, los negocios, la salud...
El viento contrario puede ser la hostilidad y la incomprensión de las personas, los reveses  continuos de la vida, la dificultad para encontrar casa o trabajo.

Quizá al inicio hemos afrontado con valentía las dificultades, decididos a no perder la fe, a confiar en Dios. Durante un tiempo nosotros también hemos caminado sobre las aguas, es decir, confiando únicamente en la ayuda de Dios. Pero después, al ver que nuestra prueba era cada vez más larga y dura, hemos pensado que no podíamos más, que nos hundíamos.
Hemos perdido la valentía.

Este es el momento de reflexionar y experimentar como si se nos hubieran dirigido personalmente a nosotros las palabras que Jesús dirigió en esta circunstancia a los apóstoles:
'¡Ánimo!, que soy yo; no temáis'.  ¡Quien no tiene valentía se la puede dar!

¿Cómo? Con la fe en Dios, con la oración, basándose en la promesa de Cristo.

Alguno dirá que esta valentía, basada en la fe en Dios y en la oración, es un pretexto, una huida de las propias posibilidades y responsabilidades. Una manera de descargar en Dios los propios deberes.
Es la tesis de fondo de la obra de teatro de Bertolt Brecht, ambientada en Alemania en tiempos de la guerra de los Treinta Años, que tiene como protagonista a una mujer del pueblo llamada, por su capacidad de decisión y valor, 'Madre Coraje'.
En plena noche, las tropas imperiales, tras haber matado a los guardias, avanzan contra la ciudad protestante de Halle para quemarla.
En los alrededores de la ciudad, una familia de campesinos, que acoge a la Madre Coraje con la hija muda, Kattrin, sabe que lo único que puede hacer para salvar a la ciudad de la ruina es rezar.

Pero Kattrin, en lugar de ponerse a rezar, sube al techo de la casa, y se pone a tocar  desesperadamente el tambor hasta que ve que los habitantes se han despertado y están de pie. Es asesinada por los soldados, pero la ciudad se salva.

Con esta crítica, que es la clásica crítica del marxismo, se ataca a quien pretende quedarse con los brazos cruzados, en espera de que Dios lo haga todo.
Pero esto no tiene nada que ver con la verdadera fe y la verdadera oración, que es lo contrario de la resignación pasiva. Jesús dejó que los apóstoles remaran contra el viento durante toda la noche y que utilizaran todos su recursos antes de intervenir personalmente.

Ato esto con una atinada reflexión de Jorge Ortiz, de la Pastoral Social de la diócesis de San Martín, provincia de Buenos Aires. Jorge nos habla sobre el prinicipio de la solidaridad.

Este principio muestra como ninguno la necesidad de reconocer la interdependencia entre los hombres y los pueblos, que nos impulsa a buscar la igualdad ético-social.
La solidaridad no es "un sentimiento" es una verdadera virtud moral, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, por ello es una virtud social fundamental.

Este principio impulsa a los hombres a sentirse cada vez más conscientes de la deuda que tienen con la sociedad en la que viven y los obliga en conciencia a buscar la unión de todos, a estar dispuesto, para "gastarse por el bien del otro", superando cualquier forma de individualismo.
Por la solidaridad, el hombre no sólo comparte los bienes materiales, sino también los inmateriales, la cultura, el conocimiento científico y el tecnológico y todo aquello que la actividad humana ha producido. La cumbre insuperable de la solidaridad es la vida de Jesús, el Hombre nuevo, solidario con la humanidad hasta entregar su vida, mostrándonos así el amor de Dios que se hace cargo de las enfermedades de su pueblo, camina con él, lo salva y lo constituye en la unidad.
Por eso mismo, Jorge nos invita a expresar a cada uno comentar lo que significó esta pequeña reflexión, y proponer una campaña solidaria que surja del interés de todos los asistentes (jornadas de reflexión para concientizar sobre este valor, campaña de alimentos, asistencia a niños, ancianos y otras acciones).



No hay comentarios: