Comparto obra de Luisito Alposta
Al parecer, la primera sensación displacentera que experimentó el hombre después de haber desobedecido a Dios, fue la incertidumbre. Una zozobra del ánimo ante la espera de "algo" que presentía; de "algo que habría de ocurrir", pero que ignoraba cuándo y cómo. Y esa "emoción de la espera", es la que se llama ansiedad.
Conocido el castigo y al ser expulsado del Paraíso, la incertidumbre pasó a ser angustia, que significa estrechez, constricción, ahogo. Por eso, al angustiado "le falta el aire"; "se ahoga"; "le palpita el corazón"; "tiene un nudo en el estómago"; y esto es, seguramente, lo que sintieron nuestros primeros padres al recibir la sentencia. Desde entonces, y tal como la conocemos, la angustia real pasó a ser el resultado de una pérdida de las relaciones humanas que proporcionan seguridad.
Y la ansiedad y la angustia, malas consejeras, son las que suelen socavar la fe llevando a la desesperación.
Un símil de lo expuesto podríamos hallarlo en el acto de nuestro nacimiento: el paraíso protector del útero materno, la ansiedad que, seguramente, originan en nosotros las primeras contracciones del mismo, la angustia de pasar por el angosto canal del parto y, por último, con el corte del cordón umbilical, la total desesperanza del regreso.
La ansiedad, la angustia, la desesperación. Así, en ese orden, originan el síndrome del bolero con el que venimos al mundo.
Es el que llevó al poeta a decir:
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