lunes, 6 de octubre de 2008

El islam del que no se habla

Comparto entrevista a Michele Zanzucchi publicada hoy en Critica.
Michele cubrió gran parte de los viajes de Chiara Lubich y es una de las personas con mayor conocimiento sobre el movimiento de los focolares. Estuvimos este fin de semana en O'Higgins en un encuentro de la red NETOne, por eso viene al caso esta inteligente nota.
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A los 15 años escribía sobre rock. Más tarde, estudió economía y pasó diez años en París, donde cursó filosofía, teología y –en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales– comunicación y sociología. Sin embargo, el periodista italiano Michele Zanzucchi, director de la revista católica Città Nuova, reconoce que su interés por el islam surgió a partir de su asistencia a los cursos sobre hermenéutica de las religiones de Claude Geffré en el Institut Catholique de París, y de su participación en el movimiento de los Focolares, pionero en el diálogo interreligioso. El jueves presentó, junto a la rabina Silvina Chemen y a Omar Abboud, secretario general del Centro Islámico argentino, su libro El islam del que no se habla, que documenta su viaje por 25 países musulmanes e intenta "compensar el escasísimo espacio que los medios dan al islam mayoritario, que practica el diálogo". Horas antes, dialogó con Crítica de la Argentina.

–¿Cómo surgió la iniciativa de su viaje hacia el islam?

–Ese viaje nació casi sin un plan. Y me hizo notar que el islam no es monolítico, sino aún más plural que el cristianismo. Más allá de algunos principios fundamentales, se adapta a las distintas culturas, y a veces resulta difícil entender que estamos frente a la misma religión en Indonesia o en Pakistán. O en Estados Unidos, donde algunos musulmanes fueron a la guerra junto con George W. Bush, como parte del ejército. Noté que el principal problema actual del islam es casi académico, de interpretación del Corán. La veda de interpretarlo comprendiendo que no es sólo obra de un dictado divino lleva a una fragmentación de la que nacen los problemas del terrorismo, el de la shari'a (ley islámica), restaurada en busca de una pureza del Corán inmutable, como orgullo frente a este Occidente donde en cambio decae la presencia de Dios en la sociedad.

–¿Cree posible una convivencia entre musulmanes y judíos?

–Hace poco visité la Peres Foundation for Peace, y confirmé que hay miles de asociaciones palestino-israelíes que buscan formas de convivencia a partir de temas específicos: desde el trasplante de órganos hasta la cocina, pasando por los Combatants for Peace, integrantes de los servicios secretos de una y otra parte; por supuesto, ninguno es un santo varón, pero se juntaron. Y ya se siente la necesidad de una relación más simple en el nivel político.

–¿Cómo evalúa el avance de los acuerdos de paz entre Israel y la Autoridad Palestina?

–Ya conocemos todos los problemas económicos que hay por detrás de estos problemas políticos: el problema del petróleo, la herida de Palestina, Irak o Afganistán. Esos conflictos impiden un entendimiento global en el corto plazo. Pero puede llegarse a acuerdos parciales. Y en esto, los medios de comunicación tendrían una enorme posibilidad de propiciar el conocimiento mutuo. En mi opinión, lo hacen, aunque suelen elegir un tono equivocado.

–¿Cuál es la situación actual de los musulmanes en Europa?

–Europa es escenario de una representación teatral extraordinaria, porque hay 20 millones de musulmanes, pocos, pero están creciendo. Pese a las medidas contra la inmigración clandestina, siguen y seguirán llegando. En Italia tenemos los botes que llegan de Libia. Ahora en España no hay tantos, pero llegan a Grecia. Mientras tanto, aumentan los movimientos xenófobos, o francamente racistas, que quieren expulsarlos. Pero basta con mirar los números para notar que no hay modo de hacerlo: ellos tienen hijos y los europeos no. Por otro lado, las relaciones se normalizan, porque esta gente hace trabajos que los europeos ya no toman. Menos mal que se reconoce su aporte a la economía y la estabilidad social. La gente normal sabe muy bien que sin esas personas no se va a ningún lado.

–¿Hay alguna solución a corto o largo plazo?

–Debe hacerse una mediación a través de asociaciones que sean representativas, aunque ése es el gran problema del momento, porque la fragmentación del mundo islámico es mucho más fuerte que la occidental. El caso italiano es un claro ejemplo. Una asociación –de filiación egipcia, cercana a la Asociación de Hermanos Musulmanes– controla la mitad de las mezquitas del país. Los demás grupos la acusan de fundamentalista, mientras que apenas lo es, e incluso sostiene una visión bastante abierta. Y en Ginebra está un gran teórico, el profesor Tariq Ramadan, que propone un nuevo panislamismo. Sin embargo, los Estados europeos nunca van a aceptar dialogar con un solo líder. Hay que encontrar modos de representación que puedan coordinar un control de las mezquitas y la formación de los imames. De por sí, el islam no sigue modelos de democracia representativa; pero la democracia europea tampoco es el único modelo posible, así que se abre un escenario fascinante.

La contrición de Benedicto

¿Qué medidas realizó la Iglesia Católica para propiciar el diálogo interreligioso?


–Al comienzo de su pontificado, Benedicto XVI eliminó el Concilio para el diálogo interreligioso, porque consideraba –no sin razón– que el diálogo interreligioso debía ser en primer lugar intercultural. Pero este cambio sólo duró unos pocos meses. Creo que después de visitar Turquía y conocer la Mezquita Azul, el Papa se dio cuenta –quizá por primera vez, porque no había viajado mucho– que la religión islámica es una religión seria, con bases y prácticas sólidas. Y entonces volvió a introducir el tema de lo interreligioso, con una notable honestidad intelectual, ya que es bastante insólito que un Papa dé un paso como ése. Pero el diálogo interreligioso más auténtico es el que nace de las migraciones de miles, de millones de personas de un lugar a otro, que generan un diálogo cotidiano. En especial, si no se forman guetos.

La guerra de la desinformación entre Rusia y Georgia

–Usted estaba en Georgia durante la invasión rusa. ¿Qué opinión le merece el conflicto?


–Estoy terminando un libro sobre la presencia de los cristianos en el Cáucaso. Durante mi séptimo viaje allá, estalló la guerra en Georgia, resultado de las tensiones geopolíticas entre la OTAN, Estados Unidos y el bloque ruso. Que haya empezado días antes de la firma del tratado entre Polonia y Estados Unidos para instalar misiles no es casual. Tampoco que Georgia y Ucrania quieran sumarse a la OTAN. El intento de Saakashvili fue un sinsentido. Pero cada vez se vuelve más evidente que otros, en otros lugares, tomaron esa decisión. Es cierto que en la campaña electoral él prometió reunificar Georgia conquistando Abjasia y Osetia, pero sabía muy bien que apenas se cruzaba el túnel que une a Osetia del Norte con Osetia del Sur había 30 mil soldados rusos dispuestos a actuar inmediatamente.

–¿Cómo evalúa la guerra de información desatada entre los dos frentes?

–Las maniobras de desinformación eran extraordinarias en los dos bandos, que manipularon las cifras y los datos. Cuando fui al puerto de Poti, me di cuenta de que los medios de comunicación sólo repetían las imágenes transmitidas por rusos y georgianos e ignoraban qué pasaba. Decían que los rusos habían destruido todo. Sí, habían destruido la flota georgiana, que eran poco más que cinco lanchones de la prefectura, dos de ellos donados por otros países. Pero la mayor destrucción era obra de los georgianos. Dicho esto, recordamos que los rusos no son precisamente angelitos y sacan provecho de la situación de Abjasia y Osetia. Pero en el Cáucaso hay 150 etnias, que están en guerra desde siempre, así que no hace falta nada para avivar el estallido.

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