Desde hace un tiempo se escucha entre nosotros la expresión "tener sexo". ¡Como si hubiera alguien que no lo tuviera! Ni el Diccionario de la Real Academia Española ni la Academia Argentina de Letras reconocen la expresión. No hay nadie que no "tenga" sexo: sea uno u otro, todos nacemos con uno. Lo que sí podemos tener o no tener es relaciones sexuales. Están quienes las tienen con frecuencia y los que no, quienes las disfrutan y aquellos que no tanto, unos para quienes tenerlas es imprescindible y otros que lo necesitan menos.
"Transar" es otra expresión de moda. Le pedí a mi hijo de trece años que me explicara qué quiere decir. "¿No sabes?", se sorprendió. Acto seguido cerró los ojos, sacó la lengua y se puso a moverla con expresión libidinosa.
Quizá la primera reacción de los adultos ante estos nuevos usos del lenguaje sea escandalizarnos. Al fin y al cabo, muchos -y tal vez, sobre todo, muchas- crecimos con la idea de que el amor se "hacía" y no pensábamos que el sexo pudiera ser una especie de transacción, un quid pro quo , en el que dos personas acuerdan algo que no supone otra obligación más allá de ese intercambio. ¿Pero era sincero nuestro uso de las palabras? ¿Cada vez que "hacíamos" el amor de verdad buscábamos "construirlo"?
El lenguaje refleja los cambios culturales. "Transar" significa "transigir, ajustar algún trato". ¿Qué hace un adolescente cuando "transa" en el boliche con una chica a la que acaba de conocer? Pretender que esos primeros encuentros tengan que ver con la construcción de un amor es ilusorio. Se trata, en efecto, de una transacción: te beso, me besas, juntos exploramos algo y hasta la vista baby .
"El amor se hace con palabras", escribió Lacan alguna vez. ¿De qué otra manera podría hacerse? No existe amor allí donde previamente no hay diálogo, miradas, silencios compartidos. Nada se construye en un instante y mucho menos la cercanía. Por eso la verdadera desnudez llega casi al final, cuando sentimos que ya no estamos solos en el mundo, que alguien más está junto a nosotros.
Quizá las nuevas expresiones pongan en evidencia, no la degradación del amor, sino un mayor realismo por parte de los chicos. Como si de entrada tuvieran una madurez mayor que la de sus padres. Nosotros, que tanto creímos en el amor, padecemos una epidemia de divorcios sin parangón. Muchos no supimos armar parejas duraderas. Nos casábamos pensando que sería para toda la vida y, poco después, toda la vida que habíamos dejado nos enfermaba de añoranza.
Sospecho que los adolescentes de hoy se van a divorciar menos. Que pensarán más antes de decidirse a tener hijos. Tal vez habiendo sufrido los errores de sus padres, ellos se entregan con más cautela. Lentamente. Paso a paso. Primero realizan transacciones irrelevantes. Luego tienen sexo. El amor lo harán sólo después. Al final. Saben que se construye con tiempo. Algo que muchos adultos no aprendimos, ni cuidando, al hablar, la suspicacia de los verbos.
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