Por Tesy de Biase
La clásica ley universal que niega al otro para actuar sin culpa, se ha corporizado con particular intensidad en la argentinidad actual.
El otro, el prójimo, el semejante, aparece desdibujado, como si sus fronteras fueran invisibles.
"Cuando vas por la calle la gente te atropella, como si fueras transparente, te quiere pasar por encima, no existís", se queja la diseñadora gráfica Lorena Szenkier.
"Esta impersonalización que transforma al otro en una cosa es hoy una característica de nuestra sociedad, que nos empuja a vivir hacia afuera, con cierta huida de nosotros mismos", dice el psicoanalista Alfredo Painceira.
"Los vínculos entre las personas tienden a hacerse cada vez más instrumentales -dice Painceira-. El otro pierde su carácter de semejante para convertirse en cliente, rival o sencillamente en un instrumento para obtener algo."
El automatismo y la anomia de las ciudades superpobladas ceden en pueblos del interior, en donde la trama social se teje con nombres propios, los vínculos son más personalizados y cada uno ocupa un rol irreductible.
Sin embargo, la tendencia general es de pérdida progresiva de la capacidad de empatía, de reconocer al otro y armonizarse con sus parecidos y diferencias.
"La raíz de muchos males contemporáneos tiene estrecha relación con esta imposibilidad de reconocer al otro", dice Painceira, y rescata una advertencia de Juan Pablo II, quien poco antes de morir dijo que el peor de los males de este tiempo es el de inadvertencia.
Pero la conversión del otro en un "objeto/nada", tal como lo definió la licenciada Estela Bichi, que también participó del citado congreso, no lleva patente argentina.Mediante este procedimiento, la civilización ha realizado, a lo largo de su historia, innumerables actos de incivilización y barbarie, aunque no siempre con la premisa del sadismo, sino de lo que la filósofa y pensadora alemana Hannah Arendt llamó "banalidad del mal".
La vida actual multiplica cotidianamente escenas protagonizadas por quienes hacen del otro una nada, hecho que los avala a proceder con la mayor de las libertades sin asumir compromiso alguno sobre su propia conducta.
El saber popular lo resume con la frase "La libertad de uno termina donde empieza la del otro".La ecuación es sencilla: si el otro no existe, la libertad de uno se expande.
Pero el otro existe.
2 comentarios:
Me interesa mucho eso de no 'invadir el espacio auditivo de los otros'. Creo que los equipos con bass o súper graves, son particularmente molestos, porque a gran distancia transmiten sonido pero sin dar ni siquiera la posibiliada de compartir la música que se supone amplifican.
El silencio es salud, siempre y cuando no sea 'adicción' jajaja Ceci.
Algo interesante que cada vez detesto más es que cuando cuento alguna experiencia, aparece alguien que me dice "y yo hice esto..., y yo...; siempre se trata de minimizar lo del otro y ponernos en primer plano.
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